Compartimos la entrevista realizada a Laura Duguine
-Coordinadora del Espacio para la Memoria y la Promoción de los Derechos
Humanos ex CCDTyE “Club Atlético”- por el diario Página/12.
DIALOGOS ›
LAURA DUGUINE EXPLICA EL RESCATE ARQUEOLOGICO DEL
CLUB ATLETICO
Las ruinas del terror
Fue un centro clandestino de detención que
funcionó en el 77, en Paseo Colón, entre Cochabamba y San Juan. Luego, quedó
sepultado bajo la autopista. La arqueóloga que dirige la recuperación del sitio
cuenta cómo se lleva adelante el trabajo. Y destaca el valor judicial, pero
también emotivo, de las piezas que se van encontrando.
Por Verónica Engler
Sobre la mesa del Laboratorio de Arqueología hay un
rectángulo de algo menos de un metro de largo, embalado como si fuera una obra
de arte venida de ultramar. La arqueóloga Laura Duguine lo mira entusiasmada.
Es un pieza que estuvo en el centro clandestino de detención Monte Peloni, en
Olavarría, y llegó a Buenos Aires para ser restaurada. Es que Duguine está al
frente del Espacio para la Memoria y la Promoción de los Derechos Humanos ex
Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTyE) Club Atlético
–de la Secretaria de Derechos Humanos de la Nación–, pero colabora junto a su
equipo en la reconstrucción de la memoria de otros lugares en donde
desaparecían y torturaban a las personas durante la última dictadura
cívico-militar.
El edificio donde funcionó el Club Atlético tuvo la
particularidad de quedar bajo la traza de la autopista 25 de Mayo, en la ciudad
de Buenos Aires, por lo cual fue demolido a fines de la década del setenta.
Esto hizo que muchos vestigios del horror quedaran soterrados y guardados como
en un caja negra. Las excavaciones en el lugar comenzaron en 2002 y hasta el
momento se han encontrado innumerables rasgos arquitectónicos que dan cuenta de
una obra para nada improvisada puesta al servicio del exterminio. Pero también
se han hallado más de un millar de objetos, muchos de los cuales han servido
como sustento a los testimonios de los sobrevivientes. Estos objetos, conservados
como gemas preciosas, además de funcionar como prueba en los juicios al aparato
represivo del terrorismo de Estado, al decir de Duguine, también “tienen una
función sanadora”.
–¿Qué
sucedía con este espacio antes de que se pudiera comenzar con las excavaciones
en 2002?
–Para que pudiera iniciarse el proceso de
recuperación del lugar, creo que lo más importante es que en la década del
noventa, con tanta impunidad a nivel legal, la sociedad se reafirmó en su
demanda, y desde 1996 un grupo de personas, como si fuesen unos locos, como las
Madres dando vueltas en Plaza de Mayo, bajo la autopista, en un lugar que no
era nada, con una plaza seca, con un bar, insisten en que ahí había algo que no
se veía, en principio. Por eso esto plantea algo que parece medio loco,
reclamar sobre un lugar que no se está viendo. Hasta ese momento había sólo un
testimonio que fue fundamental, el de un sobreviviente que decía que mientras
estuvo secuestrado escuchó en la enfermería que había pasado un colectivo con
una hinchada, y los represores decían “estando tan cerca de la cancha de Boca,
qué lástima que no podemos ir a ver el partido”. Entonces, este secuestrado,
Miguel, cuando lo liberan empieza a buscar dónde podría haber estado
secuestrado, hasta que un día, ya desahuciado, se va a tomar el (colectivo) 8,
por Cochabamba, y ve esa manzana ya con todos los edificios demolidos. Al estar
los edificios demolidos, se veía el sótano ya sin la loza, se podía ver la
planta del sótano que había sido el campo de concentración, el pasillo con las
celdas, la sala de tortura. Esto es a comienzos del setenta y nueve. Entonces,
su testimonio se suma a otros datos que se producen a partir de una carta que
envía Ana María Careaga desde Europa, diciendo que la policía le había remitido
una nota en la que le informaban que ella no había estado secuestrada en el
Comando Antártico, sino en un lugar llamado Club Atlético. De ahí surge también
el nombre Club Atlético, porque en el único lugar que está documentado es en
esa respuesta que le dan a ella.
–¿De qué
manera la apertura de los juicios por violación a los derechos humanos durante
la dictadura afectó el proceso de recuperación de la memoria en sitios como
este?
–Fue importantísimo y elemental la apertura de los
juicios. En general para todos es importante, somos el primer país en el mundo
que está juzgando por sí mismo a los represores, esto es un hecho para
recalcar. Pero específicamente en nuestro trabajo acontece que en aquellos
primeros testimonios de Conadep o del CELS, en la década del 80, lo importante
era testimoniar la existencia de centros clandestinos. Hoy estamos en otra
etapa, en una etapa mucho más fina de lo que es la recuperación de la memoria,
ya nadie duda de la existencia de alrededor de quinientos centros clandestinos
en todo el país. Entonces, los datos que surgen de los juicios sirven para
enriquecer estos espacios de recuperación de la memoria, porque se genera
información novedosa. Estamos concretamente afinando en esos datos de cómo
funcionaron esos centros, quiénes fueron las personas que participaron, quiénes
fueron las personas secuestradas, quiénes son las personas desaparecidas,
quiénes son las personas sobrevivientes.
–¿Cómo se
inician en 2002 las obras de excavación y rescate arqueológico del Club
Atlético?
–En el año 2002 se conjugan un par de cuestiones:
un gobierno de la ciudad proclive a las políticas de derechos humanos, un
ministro de Obras Públicas, que era Abel Fatala, que tiene familiares
desaparecidos y también era vecino del barrio y había participado de las
jornadas de memoria que se habían realizado. Así, el 13 de abril de 2002
comienzan las excavaciones. En un principio la idea era recuperar la
arquitectura, poder dar cuenta de eso que estaban diciendo los sobrevivientes
que había funcionado ahí. Pero no había una expectativa muy clara de todo lo
que podía ser hallado. Lo concreto que acontece cuando comienzan las
excavaciones es que se empiezan a encontrar una enorme cantidad de objetos que
daban cuenta tanto del uso legal del edificio, que había sido almacén de
suministros de la Policía Federal, como del uso ilegal. Empiezan a aparecer un
montón de uniformes, de objetos como cachiporras, zapatos, todo lo que tenía
que ver con el abastecimiento a las fuerzas y, por otro lado, un montón de
objetos que empiezan a ser identificados por los sobrevivientes y que les daban
sustento material a cosas que ya habían testimoniado ante Conadep o ante el
CELS al comienzo de la democracia. Nosotros siempre recalcamos la tarea de
denuncia de los sobrevivientes, porque no es común en el mundo que víctimas de
un hecho traumático, como lo fue el terrorismo de Estado, salgan a denunciar,
es una característica nuestra, de esta sociedad. Los sobrevivientes ni bien
fueron liberados y pudieron exiliarse en el exterior, denunciaron ante todas
las instancias que pudieron.
–¿Qué cosas
encontraron que daba sustento a los testimonios?
–Por ejemplo, todos los centros clandestinos tienen
particularidades que tienen que ver por lo general con lo auditivo, porque a
los secuestrados se les tabicaba los ojos, y esta condición era mantenida
durante todo el cautiverio. Esto hace que las descripciones visuales sean casi
inexistentes, salvo en casos muy aislados de secuestrados que fueron utilizados
para trabajar. Pero la mayor parte de los sobrevivientes no vio en dónde estuvo
secuestrado, entonces reconociendo en donde se estuvo secuestrado se inicia el
primer proceso de recuperación de la memoria. Toda la gente que identificaba
que había estado secuestrada en un centro clandestino que le decían Club
Atlético refería que el sonido característico era el del juego de ping pong,
que los represores jugaban al ping pong. Cuando comienzan las excavaciones, una
de las cosas que se encuentran es una pelotita de ping pong en el foso del
ascensor. Entonces, ésa es la función que tienen en algún punto los objetos que
empiezan a ser hallados, el ser una prueba material de testimonios que tenían
casi veinte años y que no tenían un asidero porque las fuerzas represivas no
han entregado ninguna documentación que tenga que ver con todo este
procedimiento. De ahí la difícil tarea del proceso de recuperación de la
memoria del terrorismo de Estado. Quienes como técnicos o peritos trabajamos en
esto nos tenemos que manejar sin documentación, es como armar un rompecabezas,
un relato con pequeños fragmentos y con la interrelación de esos pequeños
fragmentos para poder dar cuenta de ese pasado, de ese procedimiento.
–Y de esta
manera los objetos hallados pasan a ser prueba judicial, ¿verdad?
–Sí, es la primera función que tienen los objetos
en un comienzo, pero hoy en día, con el andar del proyecto, nosotros mismos
vamos descubriendo nuevos roles del trabajo que hacemos, van cobrando otras
dimensiones también los objetos. Para tomar el mismo ejemplo de la pelotita de
ping pong, un sobreviviente vino por primera vez a visitarnos en el año 2010,
porque cuando fue liberado se exilió en Israel. Entonces él no sabía nada, sólo
que había estado secuestrado acá, sabía que había un equipo trabajando y vino.
Cuando vio entre los objetos que están exhibidos la pelotita de ping pong se
emocionó, se puso a llorar, y cuando se recompuso nos dijo que nunca pensó que
jugaran realmente al ping pong, él pensaba que ese sonido era una grabación,
como otras grabaciones que les ponían los represores en un radiograbador que
había fuera de la sala de torturas, con el que pasaban discursos de Hitler y
marchas alemanas más que nada. El pensaba que el sonido del ping pong era un
sonido como ése, para torturarlos y no que jugaban realmente. Eso a él lo
emocionó muchísimo, encontrar una verdad, fue como descubrir algo de ese pasado
que no era como se lo había imaginado. Desde entonces, él cuando viene a la
Argentina nos visita, y el año pasado nos dio un dato que a nosotros nos
emocionó muchísimo, nos dijo que a partir de ese día en que vio esa pelotita a
él se le silenció el sonido en la cabeza del juego de ping pong. Esa pelotita y
todos los objetos con el correr del tiempo, en este caso para las víctimas
directas, tienen una función de sanación. Esa misma pelotita que en un momento
fue prueba judicial para demostrar que no era un delirio lo que estaban
diciendo, que eran verdad todos esos testimonios, hoy en día también es un
objeto que permite reparar. Lo mismo sucede también con la ropa que se
encuentra, en este caso son los familiares los que quieren ver esa ropa, tal
vez para encontrar una huella de lo que fueron sus familiares desaparecidos. En
un mundo de incertezas, este trabajo que hacemos crea pequeñas certezas que
hacen muy bien.
–¿Por qué
este lugar se convierte en un sitio arqueológico?
–Es un sitio arqueológico porque el lugar en donde
estaba ubicado el centro clandestino fue expropiado por el Gobierno de la
Ciudad para construir una autopista, fue demolido, soterrado y luego algunas
partes del sitio fueron rotas por zapatas de la autopista que se enclavaron en
esos sedimentos. Sabemos por los sobrevivientes que funcionó entre febrero y
diciembre del 77. El 26 de diciembre del 77 es una fecha que está documentada
con muchos testimonios, porque ese día se llevaron a los secuestrados de acá a
otro centro clandestino, que es el Banco (ubicado muy cerca del cruce de la
Autopista Riccheri y el Camino de Cintura), y traen a algunos secuestrados a
desmantelar el lugar. Hay versiones de que, por ejemplo, partes de este
edificio habrían servido para acondicionar El Olimpo como centro clandestino.
Entonces, a este edificio no le ocurre algo en particular, no es que es
demolido para ocultar alguna evidencia, es demolido como son demolidos todos
los edificios que están bajo la traza de la autopista, sufre el mismo proceso
en el cual es desmantelado, demolido, soterrado, porque se traen camiones de
afuera para rellenar esos grandes sótanos que tenían los edificios. Eso lo tenemos
documentado con fotografías de la época y con la propia excavación que nosotros
hacemos. En los estratos que nosotros excavamos tenemos el estrato de
demolición que es como una compactación de todo lo que tiene que ver con el
edificio demolido en donde están entrampados, apresados, los objetos que
nosotros recuperamos cuando trabajamos en gabinete y que algunos de ellos
llegan a la sala de exhibición.
–¿Cómo
reconstruyen el devenir de este sitio para encontrar pruebas que indiquen que
en esas dependencias de la Policía Federal funcionaba un centro clandestino?
–Los únicos documentos que nosotros tenemos son los
del propio edificio, los planos de Aguas Argentinas, que van documentando ese
edificio a través del tiempo en su uso “legal”. En ninguno de esos planos está
este acondicionamiento que sufre para ser un centro clandestino, pero es
importante tener esos planos previos, porque justamente lo que podemos ver a
partir de los planos, y de la comparación con los planos dibujados por los
sobrevivientes y con lo que nosotros estamos encontrando concretamente en la
materialidad, en las excavaciones, sirve para poder documentar y registrar esa
inversión que tuvo que hacer el Estado para acondicionar ese espacio como
centro clandestino. Acá no hubo improvisación, en este caso en particular se
hizo un inversión muy grande para acondicionar ese espacio, para generar más de
cuarenta celdas, tres salas de tortura, y hacer sanitarios en un lugar que no
tenía baños originales porque el edificio en realidad había sido concebido como
fábrica, y los sótanos de una fábrica son depósitos, no tienen ni todas estas
divisiones ni sanitarios. Entonces, en el caso de los sanitarios lo tenemos
documentado, porque a pesar de que se ha excavado muy poco, se excavó la
entrada a los baños, y tiene un pequeño desnivel, y ese pequeño desnivel
justamente está dando cuenta de la necesidad de levantar el piso para generar
los desagües, y no está ese baño en el plano original. Lo que hacemos es
arqueología de la arquitectura, que es una herramienta metodológica muy buena
para el análisis de la materialidad del terrorismo de Estado, porque nos ayuda
a documentar y registrar muy bien y poder comparar todos estos cambios que les
acontece a los edificios y las huellas que en ellos van quedando de esta
violencia. Porque no sólo son los cambios en la arquitectura del edificio, se
encuentran huellas en las paredes, escrituras, incisiones.
–¿De qué
manera se planifican las excavaciones?
–El universo a abordar es muy grande realmente, hoy
en día se ha excavado menos del diez por ciento del total de la planta del
sótano. En parte esto tiene que ver con que hay un sector grande afectado que
no puede estar sometido a las excavaciones si no se hacen grandes obras de
ingeniería, porque tenemos un talud de tierra que en parte sostiene a la
autopista. Pero aun así, ese universo es tan grande que nosotros priorizamos
espacios o áreas con valor testimonial. Es decir, con los recursos humanos,
técnicos y materiales que tenemos nos abocamos mayormente a concentrarnos en
esos sectores.
-¿Cual es el
futuro de la colección del Club Atlético?
–Creo que es necesario que se conozca, que sea una
colección abierta, con los consensos necesarios para su exhibición, ya que hay
parte de ella que está conformada por objetos que poseen alta sensibilidad,
como por ejemplo las prendas de ropa. Es necesario que la colección esté
accesible. Cuanto más se visibiliza más se la conoce, y cuanto más se la conoce
más se la valora, y por ende más se la protege. Nadie puede defender algo que
no conoce. En este sentido estamos haciendo todo lo posible para poder ampliar
la cantidad de piezas en la sala de exhibición. El primer paso que debía darse,
el más difícil, que es que la colección esté ordenada, documentada, accesible y
en buen estado de conservación, ya lo hemos dado. Si bien quedan muchas cosas
por hacer, es mucho lo que ya hay hecho.
DIALOGOS › ¿POR QUE LAURA
DUGUINE?
Cómo recuperar la memoria
Por Verónica Engler
Durante la última
dictadura cívico-militar, en la ciudad de Buenos Aires funcionó el Centro
Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio denominado Club Atlético en el
sótano de un edificio de tres plantas ubicado en la avenida Paseo Colón, entre
Cochabamba y San Juan, que era la sede del Servicio de Aprovisionamiento y
Talleres de la División Administrativa de la Policía Federal. Se calcula que en
el Club Atlético permanecieron secuestradas y fueron torturadas más de 1500
personas. Muchas de ellas continúan desaparecidas. Se estima que por allí
pasaron catorce embarazadas y que podrían haber dado a luz. Tres de esos bebés
apropiados ya recuperaron su identidad. Aún se busca a los otros once.
Laura Duguine, arqueóloga
de la Universidad de Buenos Aires y Máster en Restauración y Gestión Integral
del Patrimonio Construido de la Universidad del País Vasco (España), está al
frente de este Espacio para la Memoria y la Promoción de los Derechos Humanos
–de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación–, en el que trabaja con un
equipo interdisciplinario conformado por conservadoras, historiadores,
educadores, e ingenieros, entre otros.
Su equipo declaró en el
año 2010 en el juicio al circuito represivo conocido como ABO (Club Atlético,
Banco y Olimpo), en el que se juzgó a diecisiete represores. En esa ocasión
pudieron aportar las pruebas encontradas en las excavaciones realizadas desde
2002 a la fecha.
Hasta el momento sólo se
ha excavado menos del diez por ciento de lo que fue el sótano en donde funcionó
el centro de tortura y exterminio. Sin embargo, ya se han hallado, además de
numerosas huellas arquitectónicas, más de mil objetos que funcionan como
pruebas de lo que allí aconteció, como apoyo del testimonio de los
sobrevivientes. “Fue necesaria una inversión muy grande para acondicionar ese
lugar como centro clandestino, eso es un dato en sí mismo que nosotros desde la
materialidad lo documentamos y lo registramos, demuestra que no fue algo improvisado,
sino que formó parte del terrorismo de Estado”, evalúa Duguine.
A dos cuadras del sitio
arqueológico, sobre la avenida San Juan, se ubican las oficinas y el
Laboratorio de Arqueología. Allí hay una gran cantidad de anaqueles metálicos
sobre los cuales se encuentra la colección de objetos hallados, cada uno
envuelto con material adecuado para su conservación y guardado con sumo cuidado
en cajas individuales. Hay retazos de tela de ropa, medibachas, botones... y en
una caja blanca que parece albergar el ajuar de una novia se ubica restaurada
una bombacha de goma de bebé. Cada pieza guarda una historia que debe ser
contada.
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